sábado, 25 de agosto de 2018

希望Noctis (Kibō Noctis)

¡Hola gente desconocida!
 Ésta es una historia que ya lleva sus años escrita por mí. La guardé como una nota en una red social. Pocos la vieron, pero, después de meditar tanto tiempo y desaparecerme de aquí, quiero volver con un un relato que impacte al alma del lector. Sin más les dejo la lectura. Espero que sea de su agrado. 
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Voy a cumplir el año de habitar en esta selva llena de ciegos que dicen que ven. He demostrado a mi familia — y por supuesto que también a mí — que he llegado ser más valiente que hace 12 meses. Sin embargo, mi amada familia no ha regresado por mí. Todavía tengo la esperanza de que ellos vengan a recogerme. ¡He cumplido la misión! Espero que me reconozcan ante la suciedad que mi cuerpo, ahora flaco como los hashi (palillos japoneses), ha llevado en este tiempo cruel como símbolo de samurai que ha ganado en la guerra.

 
No olvido aún el día cuando salí a un parque, que parecía un terreno baldío, con mi familia. Todo iba de maravilla: mis padres riendo como nunca lo había visto antes, mis hermanos y yo jugando a la pelota. Bueno, ellos diciéndome: “a qué no la atrapas”; yo yendo detrás de la pequeña esfera. Toda esta bella escena concluyó en la tarde cuando mi hermano Raúl Mendoza me dijo: “Hey, bro, me debo ir. Tú te quedas aquí”. Se despidió con esas palabras, las cuales, por cierto, hirieron a mi bona anima (buena alma); no me abrazó como usualmente lo hacía. No los seguí; me quedé viendo como la camioneta desparecía de este paisaje, ahora triste y sombrío, con cada segundo que pasaba.
Creí que ellos irían por más cosas a la casa para que siguiéramos disfrutando de nuestra convivencia; no fue así. Los esperé, tal vez, un mes sin irme de ahí. Sin embargo, un día decidí tratar de regresar a mi casa, pero me perdí. Llegué a una calle en la que pasaban muchos transeúntes. Les pregunté: “¿saben donde viven los Mendoza?”; ninguno me contestó. Todos me hicieron a un lado. Caminé sin rumbo por horas; cayó la noche y yo sin hogar. Decidí dormir en una caja que había encontrado por ahí. 
A la mañana siguiente ¡qué hambre! Busqué en los botes algo que desayunar, pero nada apetecible encontré. Sin embargo, por la tarde, un vendedor arrojó algo y muchos hambrientos se lanzaron para agarrarlo; yo me alejé porque no quería salir lastimado. Mis tripas a cada hora me rugían más y más. ¡Iba a morir si seguía así! Al fin, después de mucho, encontré una lata de atún media abierta y… ¡viví!
Continué mi trayecto en busca de mi amada familia, pero ahora no interrogué a nadie: todos como siempre me ignoraban. Recorrí todas las calles que mis pequeños pies me lo permitieron; descansaba de vez en cuando. En ninguna se encontraba mi casa; no perdí la esperanza en ese momento porque ¡en un lugar debía estar!
No me he rendido en estos 12 meses de ir de un lado a otro. Lo único bueno de ir por cada esquina fue que aprendí a moverme en la ciudad. La primera vez que quise cruzar de un lado a otro… ¡Casi me atropellan! Con el paso del tiempo supe atravesar no sólo a la otra banqueta, sino también a conseguir algo de comida. Aunque, lamentablemente hace dos semanas un maldito me hirió mi pierna izquierda. No puedo moverme muy bien; todos los que me ven me miran con asco. Nadie me ayuda. Me imagino que mi herida se ha agravado con estos días, pero no tengo dinero para ir a una clínica y pedir de favor que me curen. Mi piel atacada creo que se pudrirá si continúo así.
Todas las noches me voy a dormir cerca de un centro comercial: ahí tengo mi casita de cartón que logré hacer. Luché por quedarme en esa zona contra seres más grandes que yo. Me costó un ataque cerca de mi pierna herida. ¿Por qué no en otra? No lo sé. Mi casita es muy humilde, pero… cálida. Ahí intento limpiar mi lesión con un poco de babita: confío que mi saliva me ayude a desinfectarla. No obstante, no he notado ningún cambio bueno sólo malo: las moscas me persiguen. 
Hoy daré mi último rol por la ciudad porque no creo sobrevivir más allá de esta noche. Mi infectada pierna parece que me ha dado no sólo moscas y gusanos, sino también impedimentos para cazar. Esta mañana, creo, desperté temblando; mi cuerpo se ha debilitado más que nunca. 
Ahora, a unas tristes y solitarias horas de desaparecer mi aliento, entiendo por qué me alejaron de ellos: ¡era una carga que no podían llevar! Me he vuelto muy fuerte de espíritu, mas en este momento mi kokoro (alma) ruega ver, antes de perecer, a mi familia.
He llegado a un uno sé qué lugar sin darme cuenta. Mi respiración, antes alegre, indica que aquí mi innocent soul se irá con Ehécatl, el señor de los vientos. Éste a su vez le dará mi alma a al señor Kami sama, el señor de los señores.
Mi cuerpo, ahora yacido cerca de una coladera, tiembla más que en la mañana. Lloro en el vacío de mi mente que colapsa en el mar de las desilusiones. La mia vita se esfuma…
(…)
— Nadia, apúrate. ¡Trae esa pinche caja a la de ya! — dijo un hombre de unos veinte tantos…
— ¡¿No ves que ésta se atoró con esta madre?!
— ¡Chinga! Ya la vi. Hazte a un lado.
— ¿Arturo? — dijo angustiada la mulier (mujer).
— Ya la llevo — traía la caja en sus brazos.
Nadia, quien contemplaba al abandonado, recordó de inmediato que la caja, a pesar que tenía una toalla adentro para hacerla cómoda, no llevaba la cobija para cubrir al rescatado. Abrió la puerta del conductor: ahí estaba la mochila en la que llevaba la cobija; la sacó. Arturo y Nadia subieron al auto con el alma del pequeño indigente. Nadia condujo hasta el doctor. 
Después de unos días de estar internado, el abandonado salió vivo de la operación que se le había hecho. Los rescatistas. Nadia y Arturo, se lo llevaron a casa mientras seguía medio dormido.
(…)
Cuando abrí mis ojos me percaté que ya no estaba en mi lecho de muerte, sino…
— ¡Aléjate de mí, idiota! ¿Qué quieres hacerme? — le grité al hombre que se me acercó. No confiaba en nadie desde que me lastimaron.
— ¡Cálmate! ¡Cálmate! — contestaba mi “enemigo”, a quien casi lo ataco,
Después de unos gritos — no sé cuántos — me tranquilicé. Me solté a llorar inmediatamente.
La mujer me abrazó; su acción curó — ignoro cómo — toda herida que tenía en mi dolce anima (dulce alma) desde mi abandono. Ella, creo, derramó una que otra lágrima también. El hombre se le acercó. 
— Me alegra haber pasado hoy por esa zona contigo— dijo de pronto el hombre Arturo.
— ¿Por qué, amor? — interrogó la mujer Nadia, que, creo, es su novia.
— Simplemente porque a ese pobre animal lo había ya visto varias veces por algunos lugares que frecuentaba cuando decidía dar el rol. Quise ayudarlo desde antes, pero… nunca estaba en un mismo lugar el maldito — respondió. Me sentí un poco molesto por haberse referido a mí como “el maldito”, mas me contentaba por su auxilio; mi cola se movía de un lado a otro.
— Ya veo. Por eso, me comentaste en la mañana que metiera la caja y una cobija — arguyó la mujer.
— Sí. Veamos, te llamaremos… — iba a decir Arturo, pero su amada le interrumpió.
— 希望Noctis (Kibō Noctis, la esperanza nocturna) — sonrió tiernamente su amada.
Ahora espero que mi infección se cure; no deseo más que amor para sanar mis heridas físicas y mentales. ¡He encontrado, al fin, mi familia! Hay algo en mí que me dice que ellos siempre han sido mi familia. No sé desde cuándo, pero mi tragedia parece haberse vuelto un mal sueño, que, cuando cae el sol, me abraza y… lloro sin control. Nadia y Arturo van a la sala muy angustiados; me invitan a dormir en su cuarto. Soy un perro pequeño, así que me permiten pasar la noche en la cama.
Espero que esa pesadilla se disipe con el pasar del tiempo porque no quiero despertar a mi familia cada noche. Los quiero mucho porque me cuidan más que mis otros “padres”. A Nadia y a Arturo les agradezco mi vida, ellos fueron el bálsamo de mis males cuando iba a fallecer.
Esta mañana voy a intentar no darles lata con mi dificultad para bajar las escaleras. Todavía continúo con mi herida, la cual, según lo que me dijo Nadia, tenía una infección muy profunda. Por tanto, desde hoy iniciaré mi vida nueva: he renacido como un fénix.
 Sui Noctis 

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