sábado, 25 de agosto de 2018

Lágrimas 02: El transporte



En el camión rtp 1607, que va lleno de gente, voy parada con mi mochila debajo de entre las piernas. Me pongo mis audífonos para pasar el viaje de una manera menos tediosa. La música llena ese vacío que abunda en las miradas de las personas.




“Namida, namida. Doukoku no ame... (lágrima, lágrima. Una lluvia de lamentación...)"*, canto en voz baja. La melodía parece ser una insinuación a una palpitante sensación que no sé qué es, pero ahí está en mí latiendo. Han pasado 15 minutos y apenas he pasado 3 paradas de las 7 que me faltan aún. Sigo tan absorta en la música que no me percato que mi cuerpo cae dormido; mi columna se tuerce un poco hacia el frente mientras mi mano no deja de agarrar el tubo plateado del que voy sostenida. Cuando despierto es porque una señora regordeta entre sacudidas me dice: “m'ija, el chofer ha dicho que en la próxima parada se detendrá porque la unidad ha empezado a fallar”. No capto al cien el mensaje, pues aún no desciendo al mundo de la realidad. Sólo le digo a esta mujer con mi cabeza de arriba a abajo que okay.

No recuerdo si el chofer nos regresa nuestro pasaje; sólo sé que estoy en una de las calles que más me han dado cosa por lo solitario que está. Aun así trato de caminar un poco, ya que mi destino está a unos 10 minutos en camión; 25 minutos a pie. Camino unas cuantas calles porque los pocos camiones que pasan, pasan hasta la madre.

Logro abordar un camión de placas 004256 que tiene unas, quizás, 10 personas. No veo nada raro en ellas: tienen la misma mirada vacía que la del camión anterior. Después de unas dos o tres paradas, sólo quedo yo abrazada de mi mochila. Le mando un mensaje a mi madre comentándole que ya voy cerca. “Llego en 5 minutos”, le escribo.

El camión se detiene de pronto para subir a un joven delgado, de tez morena y ojos oscuros que no deja de mirarme. Se cuchichea algo con el conductor; ríen y no dicen más. Posteriormente, ese joven se me acerca tanto que se me eriza la piel. Siento el peligro cual Peter Parker. “Hey, morra. Hoy no llegarás a casa”, me advierte mientras veo cómo el camión no dobla a la derecha, sino que se sigue todo derecho; observo a mi alrededor unas milpas. Asimismo, siento cómo su mano se posa sobre mi pierna derecha; me congelo por unos segundos. “Afloja y nada pasara”, dice el joven. El conductor sólo pisa el clutch y acelera. El joven se me despega por unos instantes. Un minuto bastó para mandar sólo mi ubicación al whats de un amigo. No vi a quién se lo mandé. Tal vez a Arturo o a Iván o a Ana. No lo sé.
- ¡Hey, dame tu celular! - me ordena el joven; me apunta con una navaja a mis costillas. Hago lo que me pide, mi smarthphone que tanto trabajo le costó a mis padres se va al carajo. Ese joven lo apaga y sonríe como si hubiera ganado la lotería.

Al camión no lo siento moverse. Cuando estoy por mirar hacia atrás, siento un fuerte golpe en mi nuca que me hace desmayarme. Mis 50 kilos se dejan ir a hacia el frente; mi frente choca contra las agarraderas del asiento de delante.

-- No mames, Rolas, ya la matamos - oigo decir distorcionadamente.

-- No tes espantes, güey -- contesta el conductor. -- Se ha de hacer la muerta, pero créeme, güey, que ahorita que lleguemos estará más viva que nada -- añade todo seguro de él mismo.

________________
Nota de la autora:
(*) La canción es 泣ヶ原(Nakigahara) de the GazettE.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario