sábado, 25 de agosto de 2018

Lágrimas 03: El encierro



Abro mis ojos. Siento que cada muñeca está amarrada hacia unos tubos, mi trasero reposado en un suelo frío y húmedo. No veo más que una puerta a lo lejos, de la cual sale una luz tenue. Escucho un poco de barullo. Son las voces de esos dos hombres y de otros que no reconozco. Mi miedo aumenta tanto que quiero llorar; mis lágrimas lamentablemente se detienen en las cuencas de mis ojos ámbar. La puerta de aluminio se abre.


-- ¡Burro, ya despertó la puta! -- distingo que es la voz del Rolas, quien se encuentra a unos pasos de la puerta.

El tal Burro no aparece en ese momento. Únicamente grita “ahora voy a darle de comer”. La puerta se cierra un poco. Veo a la distancia cuatro hombres. Dos de ellos son los que iban en el camión. El conductor gordo que se llama Rolas y su acompañante,cuyo nombre aún desconozco. Me imagino que el más gordo y con un… celular grande en la mano es el Burro; el otro sepa quién sea.

El Burro llega al cuartucho en el que estoy. Se pone frente de mí; me mira de arriba a abajo. Su mirada, aunque no la vea, la siento tan encima de mí que no puedo siquiera gritar. Este tipo se acerca a un costado mío. Saca de su saco unas pequeñas llaves que usa para abrir los candados de las esposas que me atan a esos tubos.

-- ¡Es perfecta! -- toca un poco sobre mi busto pequeño; mete la mano en mi playera.

Sus cómplices se acercan para verme de igual manera que su jefe, quien parece ansioso de llevarme a la cama. Late aún más mi corazón; no parpadeo en ningún momento.

-- El Rolas, el Az y el Greñas llévanla al cuarto de arriba -- ordena el Burro, quien se levanta de inmediato; saca un cigarro y antes de salir de ahí me agarra una nalga.

Llego a un cuarto con una cama amplia, en la cual me piden no acostarme hasta que me den la orden. Estos tres malandros discuten sobre quién le dará “la bienvenida”, pues entre sus gritos distingo un “hay que darle una bienvenida”. Se gritan, se amenazan para que al final el Burro llegue y diga que será él quien primero disfrutará.

Mis ojos no dejan de ver a esos cuatro. Empiezo a distinguir por sus discusiones que el Greñas tiene el pelo hecho en rastas y es un novato; el Rolas, aunque robusto, se cree el más veloz en conducir; el Burro, aparte de ser el líder, tiene una “macana” muy fuerte y grande; y el Az es compañero del Rolas. El Az, por cierto, parece ser también novato; su mirada lo delata.

Mi cuerpo se inmoviliza, pero, aun así, no pierdo las esperanzas de que mi familia, amigos, profesores me busquen. Sé que cada uno de ellos darán lo mejor para hallarme y tal vez, si sobrevivo, no sea una más de la estadísticas.

-- Hey, morra, ponte esto -- me arroja una prenda de satin el Burro. -- No te quites tu ropa interior -- añade mientras los cuatro no dejan de verme. Sin embargo, el Burro, después de un rato de verme como estatua, me grita para que “despierte”. En ese momento, empiezo a quitarme con pena mi playera de rayas de manga de tres cuartos, mis botines negros, mis calcetines de colores y mis blue jeans. Me pongo la bata roja; me avienta a la cama.

-- Si aflojas no te dolerá -- dice el Greñas, quien se siente con el derecho de murmurarme eso mientras el Burro se baja su pantalón. El Burro no le importa que se me acerque su compañero, quien sólo provoca en mí el mismo susto que me causó el Az con ese mismo mensaje.

Cerca de la cama, estática, pienso que si tan solo tuviere un arma me podría defender. Salir ilesa de aquella atrocidad que viviré en cualquier instante. Me pierdo en mis pensamientos tanto que no me percato que el Burro me anda gritando para que le dé una mamada en su miembro que está ya algo erecto.

El aroma de sus genitales impide que cumpla con su petición. No tolero el aroma, pero me toma de la cabeza y me lo mete a la fuerza. Mis lágrimas, detenidas en las cuencas de mis ojos, afloran; se resbalan por mis mejillas. Siento como su pene entra y sale de mi boca.

Aun así que él tenga tal cosa dentro de mi boca, me continúa gritando. Me pide que use mi lengua y mis manos. Trato de hacerlo. Trato de aminorar el sufrimiento con pensar que es el chavo que amo con locura, pero aun así no puedo llevar a cabo la instrucción a la perfección. Me lo saca y me avienta en la cama. Siento como el satín rojo del outfit mancha más mi piel. La ensucia y la condena.


-- ¡Abre las patas, puta! -- toma mis piernas y las abre. Me duele la fuerza en cómo las toma. Sin pensárselo dos veces mete su miembro en mi vagina; suelto un gran grito mientras siento, a su vez, como me rompo en dos. Me muerdo mi lengua para distraerme un poco del dolor de mi parte baja; no lo consigo. Mis lágrimas aún brotan; ruego clemencia entre agitadas respiraciones. El Burro sigue, sigue, sigue metiéndomela más y más. Está tan absorto en su placer que no dejo de asquearme, preocuparme, llorar, clamar salvación…

-- ¡Cállate, pendeja! -- dice mientras me tapa la boca. Aunque temo que me estrangule, pues ya me espero lo peor en este momento.

Con cada embestida siento cómo me hiere y más cuando toca bruscamente mi pecho; pellizca cual bestia embrutecida mis pezones que más rojos no pueden estar. Mi cuerpo queda mancillado, ensuciado, destruido. Sumado a las marcas que me deja, se viene dentro de mí; su semen mancha lo único bueno que aún había en mi cuerpo. Deseo sacar de mí ese repugnante fluído que sólo me traería vomitadas si seguía teniéndolo dentro. Con mi dedo intento raspar las los labios menores y mayores de la vagina para sacar ese espeso liquido, pero…

-- A ver, perra déjate ahí que yo voy -- dijo el Rolas, quien no dejaba de masturbarse. El Burro se puso enfrente de mí; sus piernas estaban a un costado de mí mientras tenía enfrente de mi boca su miembro.

-- Métesela a la de ya que la perra lo quiere -- ordena el Burro al verme sonrojada. No estaba así por el deseo de tener dos miembros en mis orificios, sino porque me apenaba no poder gritar y sólo llorar en silencio. Mis gemidos lacrimosos eran una súplica de auxilio.

El Burro y el Rolas me contaminan con cada vez que se vienen. Sus embestidas, “caricias”, muecas de placer generan un repudio no sólo a mi situación, sino a la triste realidad de formar parte de la estadística de desaparecidos del México en el que el gobierno todo tiene “bajo control”.

El Az y el Greñas se la jalan a un costado mío, pero no se vienen encima de mi cuerpo. Tal vez sea mi imaginación, pero ellos al momento de eyacular dan unos pasos hacia atrás y tiran su producto al suelo. El Rolas y el Burro no se percatan de ello, pues no dejan de decirme “vamos, perra, lame, mójate más, gime”. Tan hipnotizados están en ello que pueden matarlos y ellos ni en cuenta.

Después de un rato con el Burro y el Rolas, el Greñas y el Az intentan violarme. Queda en un intento debido a que, el Burro y el Rolas los interrumpen cada vez que consideran que el Az y el Greñas no resultan buenos en sus movimientos. En fin, mi cuerpo tiene el adn de dos cerdos que no paraban de gozar de un cuerpo que moría con cada embestida, golpe, arañazo que recibía.

Quedo tan asqueada al final que lo primero que hago cuando me puedo levantar es ir a un baño y vomitar en la taza todo lo que traía. Mi lunch se va a la deriva; la taza del baño es testigo del inicio de mi muerte. Me desmayo a un costado del retrete.

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