miércoles, 29 de agosto de 2018

Lágrimas 04: Esperanza, fortaleza



Despierto una vez más atada de las muñecas en el cuartucho en el que inicié hace unas horas. Enfrente de mí, hay un plato de perro con un poco de agua y tortilla. Lo como con dificultad; el aroma es desagradable al igual que su sabor. El hambre es más grande que todo el feo olor que abunda en el cuartucho este.


Ignoro todo pensamiento de hace unos instantes. Sólo pido que haya alguien que me esté buscando ahora mismo. Mi madre, mi padre han de estar angustiados como ningún otro ser de este mundo. Ellos, al igual que yo, se han sumado a una estadística que por más que lo niegue se hace más grande con cada injusta ley aplicada en este país.

El Greñas me viene a visitar para ver si “su perra” ya ha comido. Se sorprende de que no me haya desmayado y que siga comiendo, a pesar del asqueroso plato que me han preparado. No recuerdo si me ha dicho algo antes de salir, pero de lo que estoy al cien segura es que el Greñas tiene una mirada diferente al del Rolas y al del Burro.

Al dar las 2 de la mañana, la luz se apaga y no hay ningún ruido en la otra habitación. Decido tratar de safarme de las esposas que me tienen atada. Descarto varias posibilidades de moverme, pues no hay ninguna forma de liberarme estando sentada. Intento brincar para ver si consigo alcanzar el fin de esos tubos. Casi me safo, pero sobre de éstos se encuentra un ligero alambre de púas. Mis manos son testigo de lo filosas que están. Sangro, pero no me rindo. Después de unos 10 brincos me agoto, por lo que decido dormirme sin antes soltar un suspiro tan hondo como el dolor de mi cuerpo

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