miércoles, 8 de febrero de 2017

Un viaje en la gran bestia del subterráneo

Estoy en una de las estaciones del Metro, la serpiente naranja del subterráneo, esperando a que llegue con sus habitual cara seria, la cual no siempre tuvo, pues, posiblemente en sus inicios de trabajo sonreía gustosamente porque llevaría dentro de él a muchas personas a sus rumbos y, a su vez, acercaría a los habitantes del Estado de México al Distrito Federal (actualmente renombrado como Ciudad de México). Sin embargo, un día se sintió tan mal por la falta de mantenimiento que su jovial corazón comenzó a latir lentamente; su sufrir empezó desde ese día; su alegría fue fulminada por la apatía del NO cuidado ni subsidio para su mantenimiento. A pesar de ello, continúa sus labores con el palpitar quejoso en su cuore. 

Llega, después de unos minutos, la bestia de la tierra nocturna. Se detiene para dejar descender a algunos de sus viajeros, quienes, a veces, empujan sin motivo alguno o, en otras ocasiones, no dejan bajar a quienes lo necesitan. En fin, abordo en uno de los pequeños huecos que quedan. El camino hacia mi destino inicia.  De repente, en una parte del túnel se detiene porque parece que su dolor del corazón lo vuelve a herir; se para momentáneamente a rogar por un día más, ¡sólo un día más! Un ruego para no fallar, una plegaria para continuar. Después del breve descanso, sigue su camino y mientras  avanza, dejando atrás lo sucedido, empiezo a recordar que una pena como la de la gran bestia naranja vive dentro de nosotros. Nos quiere almorzar con cada congoja almacenada en nuestra alma.  Pero pocos luchan por vivir.  En mi caso, me derrumbo antes de llegar a la cúspide y, una vez más, me levanto; el ciclo se vuelve vicioso. Incluso adictivo.

En el túnel aparecen unas cuantas luces, blancas y azules, las cuales alejan las sombras, los demonios de la mente. La gran bestia lo sabe y, por ello, lucha por su supervivencia. Sus conductores hacen lo posible por mantenerla con vida. Aunque hay ocasiones en las que la bestia tiene que dormir un buen rato. Los susurros de su cuita lo carcomen con cada respirar; no se rinde aun así ya que su mente, lastimada con el tiempo, pelea por vivir día a día. La bestia sabe cuán importante es su misión para la gente de la zona metropolitana.

Por todo ello, sigo el ejemplo de mi amada bestia: la serpiente naranja del subterráneo metropolitano.
A ella a veces le sonrío porque así le agradezco su fortaleza por formar parte de mi medio de transporte, mi compañero de viaje.

Finalmente, arribo a la estación de mi destino. Desciendo sin mirar atrás porque ella se va usualmente rápidamente al final del inicio del viaje. Comienza su ciclo, al igual que yo.

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